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miércoles, 31 de mayo de 2017

Villaverde aún anda estas sierras

Vivir en la tierra natal de Cirilo Villaverde, un imprescindible de la literatura cubana de cualquier tiempo, regocija a los pobladores de San Diego de Núñez: la tarja en su memoria es  hace mucho el centro histórico-cultural por excelencia en el asentamiento bahiahondense de 75 kilómetros cuadrados, cuya belleza paisajística bastaría para admirar.
El hijo de Lucas, médico del decimonónico ingenio Santiago, nació allí el 28 de octubre de 1812, y aunque residiera en el sitio solamente 11 de sus 82 años de vida, los recuerdos de su niñez, presididos por la tragedia de los esclavos de las plantaciones de caña, lo llevaron a incorporar a su obra el problema negro y las costumbres del campo cubano en aquella época, especialmente en la novela Cecilia Valdés o La loma del Ángel.
Graduado en La Habana, de Filosofía y Bachiller en Leyes, ganó la inmortalidad entre los novelistas con esa obra, que tardó más de cuarenta años en ver la luz: comenzada en 1839, no apareció hasta 1882.
Su contenido antiesclavista, constituye además un valioso testimonio de la época, escrito con inusual crudeza realista y un fuerte sentimentalismo, pero sus  elementos de truculencia y misterio hicieron de ella una escalofriante y memorable descripción de la vida cubana hacia 1820.
Resulta muy llamativo que, precisamente en 1839, Villaverde emprendió su famoso viaje a Pinar del Río, del cual resultara el libro Excursión a Vueltabajo; retornar a los 27 años al lugar tan amado, despertó sus recuerdos y vivencias, y fue como el resultado directo de la energía creadora que después lo poseyó.
Ese rencuentro con quienes había conocido, con los viejos amigos de su padre, con las cosas, lugares y paisajes ya vistos, leyendas y supersticiones, creó un cúmulo de experiencias que fundamentaron las obras posteriores.
Según no pocos estudiosos, Villaverde dio constantemente testimonio de su vida; raras veces escribió sobre lo que no había visto o escuchado contar a sus amigos y parientes, su imaginación no creó personajes uniendo elementos dispersos, sino que los reconstruyó. Su interés estuvo en trabajar con modelos vivos, en “retratar” lo que veían sus ojos.
De acuerdo con el poeta y ensayista Antón Arrufat, los personajes de Cecilia Valdés, “tienen una historia propia aparte de la que el autor narra. Villaverde cambió sus nombres simplemente; y en muchos casos no los tocó, como en el de la familia Ilincheta, por ejemplo”.
Autor, además, de La Cueva Taganana, El Ave Muerta, El Perjurio, y La Peña Blanca, el también periodista, no se limitó al quehacer intelectual y por su accionar separatista fue detenido en 1848; al año siguiente escapó  a Nueva York, allí fue secretario de Narciso López hasta la muerte de este, y se afirma que junto a él contribuyó a la concepción de la bandera cubana, diseñada por Miguel  Teurbe Tolón.
Villaverde falleció en Estados Unidos, no pudo regresar a su patria; sin embargo, la experiencia de López en 1851 a suelo bahiahondense, cuando ya el escritor era su secretario, revela cuán presente tuvo siempre su tierra natal, y explica el halo de su recuerdo en estas montañas.

 

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